Hablamos con Jesús A. García Sevilla sobre su novela Camino del Silencio
¿Quién es en realidad
José Santaella y cómo piensa el personaje?
“Con total seguridad ni yo mismo lo sé”, comenta Simón Alcántara (el alter ego
del autor). El texto podría ser un beckettiano “yo contra mi mismo”, definiendo
el debatido concepto del Yo como conciencia vital y como una conexión de la
memoria personal con el pasado vivido; es la imposibilidad de conocer
totalmente a un personaje de ficción ya que incluso el autor no se conoce a sí
mismo a fondo. Así, L’Innommable de Samuel Beckett cuyo objetivo principal es
el escrutinio del pronombre yo (me against myself). En este contexto, el autor
de la presente novela confiesa que ha violado con descaro la intimidad de J.S.
por donde pudo hacerlo, sobre todo hurgando en su conciencia, para luego
reconstruirlo como persona (sin ningún plan de escritura premeditado), pero el
personaje, huidizo y dominante, siempre se ha empeñado en seguir a su aire,
incluso planificando su violento final. J.S. podría definirse como un esteta
solitario, fuera de toda convención mundana y extranjero en todas partes. El
autor (o su alter ego) también confiesa, no obstante, que no sabe explicar si
el inicial agnosticismo y más tarde el lúcido ateísmo del personaje le
perjudicaron a lo largo de la vida, sobre todo en el temido momento de la
muerte, porque, quejándose (¿una debilidad?), J.S. llega a pensar que sería más
fácil morir arropado con la fe ciega de la infancia. En este sentido, el autor
tampoco sabe si las aparentes digresiones trinitarias del personaje son
delirios asociados con la enfermedad (quizá una depresión con tintes psicóticos),
y son por lo tanto pensamientos sin mayor enjundia, o son acaso algo más
profundo y relevante, más allá de lo que dicta el sentido común, que le
ayudaron a conformarse como un ser libre y pensante. Así las digresiones
teológicas del personaje adulto son razonamientos que siempre alcanzan el fondo
de la cuestión, por ejemplo la discusión de Dios Hijo ‘Mujer’ en el contexto de
una improbable reproducción humana por partenogénesis; en contra está el Dogma
de la Maternidad Divina, proclamado en el Concilio de Efeo del año 431 de
nuestra era. No sé mucho más de J.S., culpa tal vez de un respeto y pudor mal
entendidos por mi parte hacia el personaje (y quizá hacia mí mismo). J.S.
podría verse como una “figura crística” pero el personaje nada tiene de las
supuestas perfecciones encarnadas por Jesucristo aunque acabe derrochando el
sufrimiento expiatorio de la suprema santidad que reconoce la Iglesia.
El capítulo 10, donde se narran los tres segundos finales de vida de J.S.,
podría parecer una parodia (imitación irónica y burlesca) del vía crucis,
crucifixión y muerte de Jesucristo y por extensión de la Trinidad como
personaje literario. Quizá algún lector podría verlo así, un texto ofensivo.
Pero en realidad se trata de una parodia en el otro sentido etimológico (‘al
lado de la oda o del canto’, no contra) donde la mente de un ateo moribundo
(J.S.) recrea, de forma provocadora y a la vez suplicante en su desespero, ese
vía crucis y muerte en la cruz personificando el papel de la segunda Persona
trinitaria y siendo en este sentido una impostura con licencia literaria.
José Santaella y las
visiones de un moribundo
Diversos estudios, publicados en las revistas médicas más prestigiosas, se han hecho eco de la posibilidad de visiones en un cerebro/mente con la casi certeza de muerte clínica: pacientes resucitados tras paro cardíaco y E.E.G. plano, suicidios con reanimación a tiempo, o en la fase terminal de una enfermedad (lo que se conoce como ‘near-death experiences’). Esta posibilidad suscita la pregunta: ¿cómo puede existir una conciencia del yo en condiciones de muerte clínica? Una respuesta de la crítica científica ha sido sugerir la visión de ‘memorias falsas’ al tratar la mente, de forma retrospectiva, de ‘llenar el hueco’ creado tras un periodo de inactividad de la corteza cerebral. Las ‘near-death experiences’ pueden incluir ‘out-of-body experiences’, en las cuales el sujeto parece percibir el mundo desde un lugar que se encuentra fuera de su cuerpo físico (como comenta el narrador de la novela con el moribundo J.S. y sus monólogos interiores).
No obstante, la posición demiúrgica del novelista siempre puede ponerse en
cuestión, sobre todo cuando el narrador (el autor o su álter ego) se pregunta
si lo sabe todo acerca de un personaje. El abismo de la conciencia humana y su
secreto quizá nunca pueda penetrarse hasta el fondo. A lo largo de la acción el
protagonista J.S. habla y mucho, pero ¿quién habla, J.S. o el narrador? En
realidad J.S. es un fantasma que habla por boca de otro. Y entonces, ¿qué pasa
cuando se entra en la conciencia real o ficticia de otro?, ¿quién entra y
quién permite entrar? En esencia resulta que el narrador de una novela se
transforma a sí mismo a través de lo que transforma.