Pregunta.- “El taxista asesino” es el primer relato de este libro, un
alarde de creatividad y un despliegue de todo lo que esconde nuestro mundo
globalizado. ¿Podríamos hablar de un hilo conductor en todo el libro, de un
posible denominador común? ¿Qué lo vertebra?
R.- Hay un primer grupo de relatos
en los que predomina la idea de “defensa ante un mundo hostil”, un mundo que
resulta violento de muchas formas, físicas e intelectuales. Y esa defensa de
quien se siente herido puede ser considera violencia a su vez por otros; como
ejemplo: El taxista asesinoPuedes ir en paz, El amnistiado de
Navidad, Setenta balcones, Júpiter muerto entre las olas… Son
relatos en los que el ciudadano se ve abocado a la lucha contra el entorno, una
lucha que será criticada por los tibios, es gente herida por la insensibilidad
de los demás, por la violencia aceptada por el grupo, por los correctos que
nunca han sido vejados y a quienes el sufrimiento ajeno les da igual.
Un segundo grupo englobaría los “relatos de la caverna” y engloba textos
como: De cartón, Ficticio, La botella de Bukowski, el cigarro de
Gainsbourg, Es la economía o Arte. Al modo del diálogo de Platón, somos
ese grupo de prisioneros encadenados desde su infancia detrás de un muro, en
una caverna. Un fuego ilumina al otro lado del muro, y sólo vemos las sombras
proyectadas por objetos que se encuentran sobre este muro, los cuales son
manipulados por otras personas. Al igual que ellos no vemos la realidad, sino
una apariencia, y en todos ellos muestro cómo nos hacen vivir en un mundo
imaginado por otros. Quizá el más duro de ellos sea La belleza interior, el que
cierra el libro, en el que la modelo más famosa del mundo representa el asco
del vacío mental al que ha llegado una buena parte de la humanidad.
Y habría un tercer grupo de relatos que trata sobre la decepción, la melancolía
que nos provoca el paso de la vida: Más duro que nunca, El último
beso, Recuerdos del pelo largo, Amada rata o Harmony 3.1. Última
actualización, un relato sobre la imposibilidad del amor en el S.XXI y la
salvación para los sentimientos que puede representar el amor robótico. El
taxista asesino es un retablo satírico y negro del mundo contemporáneo.
P.- El libro es de actualidad y hay muchos personajes reconocibles,
¿qué cuestiones hay latentes en este libro, que “obsesiones” como autor fluyen
en tu escritura?
R.- Se habla de las estrellas del mundo de la comunicación y el vacío que nos
transmiten, de la maldad de quienes dominan el planeta y nos llevan al matadero
por sus intereses, de la verdad oficial y de los héroes que luchan contra ella,
de los supuestos seres humanitarios que en realidad son siervos de las mafias,
de gente como nosotros que un buen día, hartos de ser pisoteados, explotan y
arrasan cuanto hay a su paso.
P.- En palabras de José María
Merino, este libro forma, por su tono, un díptico con tu trabajo anterior, “36
maneras de quitarse el sombrero”. Ya que nadie más crea sátira en España, ¿qué
aporta dicha visión al panorama cultural y literario de un país como España,
cuna del gran Marcial?
R.- José María Merino al hablar de mi anterior libro lo emparentó muy
amablemente con Aristófanes, Luciano de Samósata, Marcial, Petronio, Quevedo,
Luis Vélez de Guevara, Mariano José de Larra, Jardiel Poncela o Ramón Gómez de la Serna. Me puso el listón
demasiado alto. Si crees que las noticias están manipuladas en función de los
intereses de grandes grupos empresariales y mediáticos, si ves que a la
sociedad le da igual hacia dónde la lleven, si se adoran becerros de oro, la
única opción que le queda al escritor es desnudar al rey, hacer que se vean sus
vergüenzas, y como ahora los reyes somos todos, el escritor debe desnudar a
toda la sociedad. Con eso no se ganan premios, ni cargos, ni honores, pero
alguien debe ser el niño que señale con el dedo al impostor y diga “está
desnudo”: Y si se puede hacer con herramientas propias de la creación
literaria, mejor. La diferencia con el anterior libro es que hay más relato
negro y más humor negro.
P.- Uno de tus temas recurrentes es la censura en la libertad de
expresión, ¿crees que estamos ante el peligro de un nuevo fascismo estético, el
del “público” como ente castigador?
R.- La censura en otros tiempos corría a cargo de los dictadores, de la
inquisición, ahora la hace todo el mundo. Hace unos días un chico islamista
asesinó al profesor francés Samuel Paty por mostrar una caricatura de Mahoma en
clase de Libertad de expresión. Los héroes de Charlie Hebdo fueron asesinados
por musulmanes por publicar caricaturas de Mahoma; la matanza se llevó por
delante doce vidas humanas. Y hay gente tan estúpida que dice “si no quieren
que se muestre a Mahoma, pues no lo hagas”. Esos que lo dicen son cómplices de
los asesinos, les justifican. Mucha gente que no ama la libertad de expresión
no entiende que luchamos por ella para que sean más libres..
P.- Se te nota dolido ante la banalidad de la cultura, o mejor del
“mercado de la cultura”; se nota que posees una idea de Cultura mucho más
excelsa, casi de otras épocas: un sentir que comparto. Pero, ¿cómo casa ese
alto criterio estético con la pretendida “democratización” de la cultura que
nos ha traído la globalización?
R.- Si tuviera que escoger diez novelas sólo, serían obras de los siglos
XVIII y XIX; en teatro, las escogidas serían obras que irían del Siglo de Oro a
Durrenmat pasando por Edmond Rostand. Ahora Mozart es eso que sale en el
anuncio de un coche. Ahora se hacen productos, en lugar de obras, y si alguien
hace una obra de verdad tiene tremendas dificultades para que llegue al público.
Que una obra extraordinaria como “La eternidad en un junco”, de Irene Vallejo,
haya llegado a un grupo importante de lectores es casi un milagro. Yo he
intentado en El taxista asesino proponer historias que queden, que
sirvan para algo. Ya veremos si se ha conseguido.
P.- Sobre tu estilo, ¿eres más de Góngora o de Quevedo?, ¿romántico o
ilustrado?, ¿realista, decadentista… o ambas cosas? Háblanos un poco de tus
referencias literarias como escritor.
R.- Más de juvenal que de Quevedo y de éste que de Góngora; más ilustrado
que romántico; más decadentista que todo lo demás. Me sigue excitando leer a
Choderlos de Laclos, Boris Vian, Turgueniev, Rostand, Dumas, Villiers o Proust,
pero creo que si hace años había más influencia de otros autores, ahora soy yo;
más ácido, aguerrido, impactante, burlón, para lo bueno y lo malo.