Han transcurrido ya varias
décadas desde que decidí pintar mi autorretrato. Entonces yo era muy joven aún
y carecía de los conocimientos y técnica necesarios para reflejar en el lienzo
todo lo que tenía en mi interior. Ni sabía cómo, ni había en el mundo una gama
de colores lo suficientemente amplia para pintar aquel mundo propio.
Luego
llegó la madurez que endureció los rasgos que reflejaba el espejo. En aquella
época sentía que las pinturas eran demasiado endebles para aguantar aquella
fuerza. El lienzo no soportaba la presión de la lucha diaria por subsistir, en
un mundo tan hostil.
Más
tarde fue cuando definitivamente se apagó una luz que hasta entonces siempre
había estado presente en mí. Aquella repentina oscuridad estropeaba todos mis
esfuerzos por concluir la obra. Los desengaños, las frustraciones y
desilusiones acumuladas en el hombre que me miraba desde el espejo, sobre el
lienzo eran un maremagno de marrones, grises y negros.
Hoy he decidido guardar los pinceles y pinturas. Ya no me puedo reconocer ni en
la imagen del espejo ni en la pintura del lienzo. En el espejo veo un hombre
que no deseo ser. La pintura muestra a otro hombre que nunca llegué a ser. Y en
medio estoy yo, perdido en el limbo frío y vacío que hay entre ambos mundos.
La
verdad es que ya no sé cómo soy
Del libro Microantología del micororrelato III