Esperancita Cansada tenía
novio. A ninguno de cuantos la conocían extrañaba este detalle porque
Esperancita era de hermosa que verla alegraba la vista, despertaba el tambor
del corazón y levantaba a la máxima altura la libido de quienes la tienen en
sumo grado de funcionamiento.
El novio de Esperancita
se llamaba Julito Desganado y poseía una gran ventaja sobre los feos, y era una
hermosura física de esas que impulsan a las mujeres buenas receptoras a abrir
lo que tienen cerrado y a permitir le estrenen lo que nadie les ha estrenado
todavía.
Julito viajaba mucho, una
actividad bastante normal en todo aquel que ejerce la profesión de viajante. A
Esperancita la tenía altamente mosqueada que él viajase tanto y que en sus
regresos de los viajes trajese manchas de pintalabios en los cuellos de sus
camisas y algún que otro cabello rubio pegado en sus ropas (Esperancita tenía
su abundante pelambrera azabache como los sobacos de un grillo que ha vivido
toda su vida en una mina de carbón) y estos detalles sospechosos la ponían muy
furiosa, aunque Julito lo justificara conque por lo atractivo que era, las
féminas se arrimaban a él y, antes de darle tiempo a huir de ellas, dejaban sobre
su irresistible persona aquellas “cochinadas”.
Esperancita, que empezaba
a estar de Julito hasta el moño más íntimo, le advirtió que si no volvía a casa
por Navidad para pasar ésta con ella, que la olvidase igual que Goya se olvidó
de Dios cuando la mujer que más había amado en su vida, se olvidó de él. Todos
sabemos que los malos cristianos le echan las culpas al Creador de todo aquello
que no les sale todo lo bien que ellos desean.
Julito no pasó la Navidad
con Esperancita. Esperancita se molestó muchísimo. Esperancita lloró esas
malditas Mil y una lágrimas que tanto les duelen a las mujeres que aman, lo que
no está escrito.
¿Y quién estaba junto a
ella, junto a Esperancita para consolarla? Perfecto, habéis acertado
plenamente. Y, quién habéis acertado en vuestra maliciosa suposición, le
demostró a Esperancita que no son los más guapos los que la sabía naturaleza ha
premiado con dones que ninguna hembra ardiente y ávida de sentirse plena al
máximo ha sabido nunca rechazar.
Moraleja: Todo hombre que
no cumple la promesa dada a la mujer que lo ama, que se prepare a llevar en su
frente ese estigma que no es característico de los de su especie sino de la
especie que, a menudo, muere en las plazas de toros.
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