Apareció
de repente, de la nada más bien: Una luz radiante en el cielo que lo iluminaba
todo, un brillo expansivo en el
firmamento. Su paso, fugaz como la vida misma,
a penas duró unos segundos, los
suficientes como para quedarse prendando, tanto como para no importarle esperar
otros cincuenta años con tal de poder encontrarse de nuevo.
El
tiempo pone a todo en su sitio, eso dicen, aunque en su caso, la espera sirvió
para ayudarle a controlar su propia
esencia, la materia que formaba parte de su ser, y el amor imposible que día a
día iba naciendo en su interior, la energía necesaria para que obrase el
milagro: diluirse en partículas infinitas, volar como motas de polvo en el aire
al paso de las caricias de una ráfaga de viento, y finalmente, poder unirse con
ella, la estrella del norte que había cambiado su vida para siempre.
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Tejeda