El coche frenó en seco y el sonido afilado de las ruedas entró como un cuchillo en los oídos de Eric. Alcanzó sus tímpanos, los sacudió, se detuvo un momento, y desde allí irrumpió directamente en su conciencia. Antes, tuvo el pálpito. El pálpito oscuro que durante toda la semana lo hizo estar mucho más nervioso que otros años. Por ese motivo salió a pasear. Porque se le hacía insoportable descontar los minutos encerrado en casa. Caminaba para distraerse. Pero el presentimiento siguió ahí. Quizás por eso, aunque se sobresaltó con el chirrido del frenazo, aunque no pudo evitar esa reacción refleja, después no pareció inmutarse. Permaneció impávido al verlos avanzar hacia él: cuatro hombres de expresión hosca, vestidos impecablemente, habían descendido del coche con gran celeridad. Cuando llegaron a su altura, dos manos firmes le sujetaron los brazos y lo condujeron al vehículo. El pálpito se hacía realidad y la realidad empezaba a adquirir un aire de pesadilla: acababa de ser apresado por las BSSN.
Las Brigadas para la
Seguridad del Sorteo Nacional eran unas unidades creadas por el Gobierno para
intervenir en las últimas horas del plazo establecido para la adjudicación de números
de participación. Generalmente las comunicaciones se hacían por correo
certificado, pero había casos excepcionales en que los programadores del
sistema eran incapaces de obtener una respuesta clara con el suficiente
anticipo. Estos participantes de última inclusión eran obligados a presenciar
el acto en directo. Entonces intervenían las BSSN, que los reclutaban,
custodiaban y conducían hasta el salón donde se celebraba el Sorteo. En el
trayecto, les extendían el sobre con su número de participación.
Eric abrió el suyo.
Mientras comprobaba qué número le habían adjudicado, sonó la potente sirena que
señalaba la finalización del plazo para participar en el Sorteo. Entonces miró hacia
fuera: apenas algún abrazo, alguna lágrima, alguna sonrisa incrédula. Ya no
aquellos estallidos de euforia que al principio sacaban a la gente a la calle
para celebrarlo con expresiones desaforadas de júbilo. Los ciudadanos habían
comprendido que aquella sirena no deshacía el miedo. Solo lo postergaba.
Llegaron al salón. Al
entrar, Eric quedó sobrecogido por el silencio. Un silencio espeso que manifestaba
un sentimiento de derrota ante lo inevitable. Dos miembros de las BSSN lo
acompañaron a su butaca. En el pasillo se cruzó con algunas miradas en las que
creyó reconocerse. Tomó asiento. Esperó. Y empezó el Sorteo. Se repartieron
ruinas económicas, infidelidades, mutilaciones, secuestros, enfermedades
terminales, atentados, incendios, abortos, paraplejias. Hasta que llegó su
turno. Y en ese momento, desde los confines de un miedo indefinible que le
sacudió la médula, Eric sintió que todo estaba decidido desde siempre.
Si te ha gustado, puedes leer otros textos de Iván
Teruel