Occidente
aparece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo
sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los
defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecución preventiva de
inocentes. Virtudes como la tolerancia y la autocrítica nunca formaron parte de
su debilidad, como se pretende ahora, sino todo lo contrario: por ellos fue
posible algún tipo de progreso, ético y material. La mayor esperanza y el mayor
peligro para Occidente están en su propio corazón. Quienes no tenemos “Rabia”
ni “Orgullo” por ninguna raza ni por ninguna cultura sentimos nostalgia por los
tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos. Sigue leyendo