La revuelta comunera, cuyo Quinto Centenario celebramos el próximo 23 de abril, tiene mucho que ver con un libro recientemente publicado por M.A.R. Editor, La espada cincel, del palentino Asier Aparicio. La revuelta de los comuneros ha sido abordada durante siglos desde diferentes puntos de vista. Siendo fieles a la Historia, supuso la reacción a las imposiciones externas de un nuevo rey, Carlos I, que parecía dispuesto a regir su herencia lejos de las leyes de su abuela, Isabel de Castilla; más aún, al margen de Juana, su madre, despojada como reina legítima. Todos los estamentos, al menos al principio, estuvieron de acuerdo con el autogobierno frente a las “injerencias extranjeras”.
Es
quizá ese halo de “nacionalismo incipiente” lo que llama la atención de los
románticos, para quienes (ya desde el punto de vista literario) la revuelta de
Padilla, Bravo y Maldonado, héroes con fracaso y muerte incluidas, supuso un
magnífico reflejo de sus anhelos: las ansias de libertad frente a un poder
despótico superior. De modo que la historia comunera se transformó, en la
clásica lucha entre “buenos” y “malos”, entre opresores… y “descabezados”. Nace
el mito.
Por desgracia, sabemos que toda revuelta, por razonable que parezca, suele acabar en guerra, y es ahí donde el utópico se convierte en estratega, y puede llegar a justificar la crueldad de sus métodos en aras de sus “buenos principios”. La guerra comunera duró más de un año, y no estuvo exenta de tales extremos.
La espada
cincel, del
castellano leonés Asier Aparicio,
es una novela que habla del trabajo de nuestro genial escultor, Alonso
Berruguete, en el Valladolid post-comunero; en concreto, durante el año 1527.
Han trascurrido seis años desde el aplastamiento en Villalar, no obstante los
restos de la quema todavía humean. En el mismo año y ciudad en que Carlos I
asienta su imperio con el nacimiento de su heredero Felipe II, aún pululan los
fantasmas de la terrible contienda. Uno de ellos, el trauma desgarrador de un
campesino, que inspira al imaginero su turbadora figura del “Sacrificio de
Isaac”, para el Retablo de San Benito.
Sin
embargo, “La espada cincel” es mucho más. Con ella asistimos a la catarsis
artística, a la capacidad curativa de toda disciplina que busca destilar la
belleza… incluso en las peores circunstancias. Página a página descubrimos, no
solo las aprensiones del escultor, sino también las hondas heridas que la
“Guerra de las Comunidades” (lejos del mito) causó a la sociedad castellana. Una
lectura más que recomendable para este Quinto
Centenario.