Pregunta.- “El taxista asesino” es el primer relato de este libro,
y el que pone título a los 18 relatos variados e imprevisibles, un alarde de
creatividad y un despliegue de todo lo que esconde nuestro mundo globalizado.
Pero, a pesar de esa riqueza temática, ¿podríamos hablar de un hilo conductor
en todo el libro, de un posible denominador común? ¿Qué lo vertebra?
R.- Hay un primer grupo de relatos en los que predomina la idea de “defensa
ante un mundo hostil”, un mundo que resulta violento de muchas formas, físicas
e intelectuales. Y esa defensa de quien se siente herido puede ser considera
violencia a su vez por otros; como ejemplo: El taxista asesinoPuedes ir en
paz, El amnistiado de Navidad, Setenta balcones, Júpiter muerto
entre las olas… Son relatos en los que el ciudadano se ve abocado a la
lucha contra el entorno, una lucha que será criticada por los tibios, es gente
herida por la insensibilidad de los demás, por la violencia aceptada por el
grupo, por los correctos que nunca han sido vejados y a quienes el sufrimiento
ajeno les da igual.
Un segundo grupo englobaría los “relatos de la caverna” y engloba textos
como: De cartón, Ficticio, La botella de Bukowski, el cigarro de
Gainsbourg, Es la economía o Arte. Al modo del diálogo de Platón, somos
ese grupo de prisioneros encadenados desde su infancia detrás de un muro, en
una caverna. Un fuego ilumina al otro lado del muro, y sólo vemos las sombras
proyectadas por objetos que se encuentran sobre este muro, los cuales son
manipulados por otras personas. Al igual que ellos no vemos la realidad, sino
una apariencia, y en todos ellos muestro cómo nos hacen vivir en un mundo
imaginado por otros. Quizá el más duro de ellos sea La belleza interior, el que
cierra el libro, en el que la modelo más famosa del mundo representa el asco
del vacío mental al que ha llegado una buena parte de la humanidad.
Y habría un tercer grupo de relatos que trata sobre la decepción, la melancolía
que nos provoca el paso de la vida: Más duro que nunca, El último
beso, Recuerdos del pelo largo, Amada rata o Harmony 3.1. Última
actualización, un relato sobre la imposibilidad del amor en el S.XXI y la
salvación para los sentimientos que puede representar el amor robótico. El
taxista asesino es un retablo satírico y negro del mundo contemporáneo.
P.- El libro es de una rabiosa actualidad y hay muchos personajes
reconocibles, ¿qué cuestiones hay latentes en este libro, que “obsesiones” como
autor fluyen en tu escritura?
R.- Se habla de las estrellas del
mundo de la comunicación y el vacío que nos transmiten, de la maldad de quienes
dominan el planeta y nos llevan al matadero por sus intereses, de la verdad
oficial y de los héroes que luchan contra ella, de los supuestos seres
humanitarios que en realidad son siervos de las mafias, de gente como nosotros
que un buen día, hartos de ser pisoteados, explotan y arrasan cuanto hay a su
paso.
P.- En palabras de José María Merino, este libro forma, por su
tono, un díptico con tu trabajo anterior, “36 maneras de quitarse el sombrero”.
Ya que nadie más crea sátira en España, ¿qué aporta dicha visión al panorama
cultural y literario de un país como España, cuna del gran Marcial?
R.- José María Merino al hablar de
mi anterior libro lo emparentó muy amablemente con Aristófanes, Luciano de
Samósata, Marcial, Petronio, Quevedo, Luis Vélez de Guevara, Mariano José de
Larra, Jardiel Poncela o Ramón Gómez de
P.- Uno de tus temas recurrentes es la censura en la libertad de
expresión, ¿crees que estamos ante el peligro de un nuevo fascismo estético, el
del “público” como ente castigador?
R.- La censura en otros tiempos
corría a cargo de los dictadores, de la inquisición, ahora la hace todo el
mundo. Hace unos días un chico islamista asesinó al profesor francés Samuel
Paty por mostrar una caricatura de Mahoma en clase de Libertad de expresión.
Los héroes de Charlie Hebdo fueron asesinados por musulmanes por publicar
caricaturas de Mahoma; la matanza se llevó por delante doce vidas humanas. Y
hay gente tan estúpida que dice “si no quieren que se muestre a Mahoma, pues no
lo hagas”. Esos que lo dicen son cómplices de los asesinos, les justifican.
Mucha gente que no ama la libertad de expresión no entiende que luchamos por
ella para que sean más libres..
P.- Se te nota dolido ante la banalidad de la cultura, o mejor del “mercado de la cultura”; se nota que posees una idea de Cultura mucho más excelsa, casi de otras épocas: un sentir que comparto. Pero, ¿cómo casa ese alto criterio estético con la pretendida “democratización” de la cultura que nos ha traído la globalización?
R.- Si tuviera que escoger diez novelas sólo, serían obras de los siglos XVIII y XIX; en teatro, las escogidas serían obras que irían del Siglo de Oro a Durrenmat pasando por Edmond Rostand. Ahora Mozart es eso que sale en el anuncio de un coche. Ahora se hacen productos, en lugar de obras, y si alguien hace una obra de verdad tiene tremendas dificultades para que llegue al público. Que una obra extraordinaria como “La eternidad en un junco”, de Irene Vallejo, haya llegado a un grupo importante de lectores es casi un milagro. Yo he intentado en El taxista asesino proponer historias que queden, que sirvan para algo. Ya veremos si se ha conseguido.
P.- Sobre tu estilo, ¿eres más de Góngora o de Quevedo?, ¿romántico o ilustrado?, ¿realista, decadentista… o ambas cosas? Háblanos un poco de tus referencias literarias como escritor.
R.- Más de juvenal que de Quevedo y
de éste que de Góngora; más ilustrado que romántico; más decadentista que todo
lo demás. Me sigue excitando leer a Choderlos de Laclos, Boris Vian,
Turgueniev, Rostand, Dumas, Villiers o Proust, pero creo que si hace años había
más influencia de otros autores, ahora soy yo; más ácido, aguerrido,
impactante, burlón, para lo bueno y lo malo.
(Entrevista de Asier Aparicio)