La traductora, bibliotecónoma y
editora Vera Kukharava, participó en
el acto interpretando el relato de Manuel
Cortés Blanco, “El
sabor del mar” aparecido en el libro Nanas para un principito.
ante un amplio público infantil que siguió con gran interés la historia de cómo
el mar dejó de saber a vino y comenzó a saber a mar… El cuentacuentos estuvo
dirigido por el director de la
Biblioteca , Carlos
García-Romeral
Reproducimos el texto del relato
interpretado por Vera Kukharava, “El sabor del mar”:
Ante las quejas de los Atunes, cansados de dar positivo en tantísimos controles
de alcoholemia, la
Madre Naturaleza decidió hacer un cambio. De manera que a
partir de entonces ese mar estaría formado a base de café. De ahí el color
negruzco de aquel período, de ahí que las Doradas danzasen desveladas bajo los
efectos de tanta cafeína.
No obstante, a más de uno le parecía desacertada aquella decisión.
—¡De leche! —pensó la
Naturaleza tras escuchar el lamento de una Lubina—.
Haré que el mar tenga leche para disfrute de los peces.
De ahí el color blanquecino de aquellos años, de ahí que las Ballenas
engordasen tanto con un alimento tan rico en proteínas. Sin embargo, ni
siquiera entonces hubo consenso. A las Gambas les resultaba difícil conservar
su figura y a los crustáceos no acabó de gustarles semejante sabor.
Por ello, cansada de tanto ajuste y reajuste, la Madre Naturaleza
tomó una decisión definitiva: que entre el millar de animales que habitan los
océanos escogieran su composición. Únicamente les advirtió que meditaran muy
bien lo que fuesen a elegir, pues aquello que saliera de tal acto perviviría
para siempre.
Hubo muchos corrillos, propuestas y debates. Demasiadas comisiones,
votaciones y enmiendas. En la última reunión todos mostraron su acuerdo:
queremos un mar de agua… De manera que uno a uno fueron votando:
—¡Agua! —gritó el Rape cuando le preguntaron.
—¡Agua! —afirmó la Raya.
—¡Agua! —reafirmaron los
Boquerones.
Todos dijeron lo mismo. Todos excepto uno: el Tiburón, quien andaba
enfadado con el resto pues él se habría quedado con el sabor a vino. De modo
que astutamente procuró ser el último en emitir aquel voto. Al llegar su turno,
para sorpresa de los demás, dijo la palabra ¡Sal! por el mero hecho de
fastidiar… Y no hubo marcha atrás.
Por eso, desde entonces, los mares saben salados. Por eso, desde ese
instante, mal le va a quien actúa bajo la añoranza del vino. Por eso, desde esa
mañana, los Tiburones son tan temidos por otras especies. Y por eso desde ese
día, quienes —como ellos— deciden desde el rencor, están condenados a nadar en
solitario.
Y así se acabó este cuento que
se lo llevó el viento, y se fue por mar adentro.
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